“Se alegraron de ver al Señor. Meditaciones acerca de la Andadura Pascual” de Natàlia Plá Vidal a partir de textos inéditos de Alfredo Rubio de Castarlenas.
Editorial Edimurtra, 2008
Il·lustració: Jorge Rojas-Goldsack
Pàg 51-53
LOS MÁS AMADOS
«Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó.» (Jn 20, 8)
«¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» (Lc 24, 34)
«Se apareció a Santiago.» (1Cor 15, 7a)
Al hablar aquí de los más amados, no es que Cristo amara más a unos que a otros, los amaba a todos igual; lo que pasa es que unos le amaban más y otros menos, y Juan era el que más quería al Maestro. Pedro, Santiago y Juan eran los que antes amaban más a Jesús.
Por eso, valientes, Pedro y Juan salieron a ver, a comprobar qué pasaba con lo que les habían contado las mujeres. Juan llegó primero al sepulcro, pero esperó a que Pedro pasara antes. Entraron los dos. Y Pedro constató —y era verdad— lo que habían dicho las mujeres: el sepulcro vacío, la piedra movida, etc. Pero dice el Evangelio que Juan creyó. Aunque no lo vio, pudo sentir una aparición interna de Cristo.
Luego, en el camino, los textos no especifican dónde, pero entonces Cristo se apareció a Pedro, se apareció a Juan. Y en las Escrituras se recoge que también se apareció a Santiago antes que a los otros. Ahora sí, ellos, igual que las santas mujeres, ya tenían la constatación de haberle visto, de haberle oído, de haberle tocado.
Estos tres se convierten en apóstoles de los demás apóstoles. Por eso cuando otros llegan con la noticia de la Resurrección, dicen que ya se lo ha dicho Pedro, y no solo las mujeres a las que no creían.
LA CLARA ESPERANZA DE JUAN
Para María Magdalena, el escuchar su nombre, una palabra llena de sentido, fue el punto de arranque para reconocer a Cristo. Con María, la madre de Jesús, no hubo palabras en ese momento. Quizá porque ella esa palabra la oyó antes, la oyó al pie de la cruz. Fue una de las últimas palabras que dijo Cristo en la cruz: «mujer, aquí tienes a tu hijo; hijo, aquí tienes a tu madre». (Jn 19, 26-27) Esa palabra, «madre», la llenó de claraesperanza, se sintió acariciada por Cristo en ese momento. Y eso le dio firmeza para creer totalmente en las palabras dichas por su hijo. Y por eso quizá San Juan es el único que no necesita verle en persona para creer. Juan no entró enseguida en la cueva; sin necesidad de verle, con sólo el sepulcro vacío, creyó. Pedro dudó, él creyó. Quizá también él tenía cierta claraesperanza nacida de escuchar a Jesús diciendo: «hijo, aquí tienes a tu madre».
Nosotros necesitamos una palabra, dicha después, porque no estábamos capacitados para oírla antes; nos tiene que volver a decir una palabra. Tiene que decir nuestro nombre para que creamos. Pero tanto María como Juan ya creen antes de verle, lo cual no quiere decir que después no le vean, ya como regocijo. Le creen. Eran quienes más le amaban ya antes.
LOS TRES QUE ESTÁN
«Ya se les había mostrado a los tres en profecía en el Tabor.» (A.P.)1 La Transfiguración de Jesús en el monte Tabor era una prefiguración real de la Resurrección. Por algún designio, Pedro, Santiago y Juan son los que estuvieron en el Tabor y allí recibieron aquella lección de ultimidad —¡de la ultimidad!—, con la que ya se acercaron, ya vislumbraron, ya paladearon con anticipación este cielo de la muerte y resurrección. Allí comenzaron a resucitar con Cristo. Son estos mismos tres, los que le acompañan luego en Getsemaní. Sí; se durmieron en la vigilia, pero ahí estaban.
Cuando ahora está Cristo con ellos, no conocemos las palabras que se dijeron. Quizá porque ellos son los que más le aman, fuera de las mujeres y, por supuesto, de María. No importa tanto lo que dijeron como su estar: en la transfiguración, en el sufrimiento, en la Resurrección. Aunque no entendieran del todo, estuvieron antes y estaban ahora.
La alegría de la Pascua en nuestro corazón nos hace vivir en un permanente tabor, misterioso, íntimo y, también, colectivo dentro de los que formamos la Iglesia. Un tabor esperando el estallido del cielo, También nosotros tenemos que aprender, simplemente, a «estar» con Jesús.
PARA SEGUIR LA MEDITACIÓN
¡Amigos!
en el Tabor,
en Getsemaní
¡ahora en todas partes!
La amistad es un precioso mosaico
cada persona es un tesoro
Hacer camino juntos
Crecer al ritmo de Dios
Dar fruto desde el servicio
Vivir con Jesús
¡Resucitar con Él!
“La oración es tratar de amistad,
Estando a menudo a solas,
con quien sabemos nos ama”.
Teresa de Jesús